viernes, 20 de febrero de 2009

Cuba y EE.UU ¿Enemigos?

Extracto del libro "¿Que pasa con EE.UU.?" Salvador Borrego E.

CAPITULO IV

Cómo Eisenhower entregó Cuba
CUBA ERA ALIADA DE NORTEAMERICA

Cuba llamó la atención de un influyente grupo de políticos norteamericanos desde principios del siglo pasado. El presidente Jefferson declaró en 1805 que era necesario que Estados Unidos tomara posesión de Cuba (que todavía era colonia de España). En la segunda mitad del siglo el líder republicano Henry Cabot Lodge decía que "la isla de Cuba llegará a ser una necesidad para nosotros".

A fines del siglo pasado, el "New York Journal", de Hearst, puso a Cuba en el primer plano de la atención en Estados Unidos. Secundado por otros diarios, agitó a la opinión pública y como consecuencia el acorazado "Maine" fue enviado a La Habana "para proteger a los súbditos norteamericanos". El senador Hanna se oponía a intervenir en Cuba, lo mismo que un gran sector de ciudadanos, pero en eso el "Maine" hizo explosión y con este motivo Estados Unidos declaró la guerra a España (1898).

Cubanos insurgentes y norteamericanos vencieron a los españoles. "Fue una pequeña guerra maravillosa", escribió después el Secretario de Estado, John Hay, mediante la cual Cuba fue independizada de España, aunque quedó sujeta a la tutela de Estados Unidos mediante la Enmienda Platt, que le daba potestad a la Casa Blanca para intervenir en los asuntos internos de Cuba a fin de asegurar un gobierno capaz de proteger vidas y haciendas".

Aunque dicha enmienda se derogó en 1934, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos siguieron siendo muy estrechas y cordiales. El presidente Fulgencio Batista fue uno de los primeros gobernantes que alineó a su país al lado de Norteamérica durante la Segunda Guerra Mundial, en la que cooperó con materias primas y bases. Como Roosevelt llevaba gran amistad con Stalin (al que se refería amablemente como "el tío Joe"), Batista permitió que operara en Cuba un Partido Comunista y le dio en su gobierno dos puestos oficiales.

Sin embargo, más tarde, cuando ya se hablaba de "guerra fría" entre Washington y Moscú, Batista promulgó la ley 1170, que prohibía el partido y la propaganda comunista. Esto parecía muy lógico, pues Roosevelt ya había muerto y en su lugar gobernaba Eisenhower, que verbalmente parecía tan opuesto a la URSS.

Durante la conferencia de presidentes de Panamá (1-4-1961), Batista los exhortó a ya no seguir posponiendo la lucha contra la infiltración marxista en Iberoamérica.

O sea que había plena colaboración de Cuba con la política estadounidense, por lo menos con lo que parecía ser esa política, y en esto Batista creía proceder con diplomacia y lógica.

CON PREMEDITACIÓN Y ABRUMADORA VENTAJA

Pero la amistad cubana ya no era correspondida por los altos funcionarios de Washington. El embajador americano en la Habana, Arthur Gardner, fue retirado precisamente porque llevaba amistad con Batista, y sustituido por Earl T. Smith, teniente coronel durante la segunda guerra mundial.

Según refiere Mr. Smith en sus Memorias tituladas "El cuarto piso", el Departamento de Estado le indicó que antes de salir a La Habana obtuviera orientaciones generales de Herbert Matthews, periodista de "The New York Times" (En el 4o. piso del Departamento de Estado se conduce la política americana para Iberoamérica. A "The New York Times" se le considera portavoz oficioso del Departamento de Estado y del Consejo de Relaciones). Robert C. Hill, embajador americano en México, le dijo a Mr. Smith: "Te envían a Cuba para presidir la caída de Batista. Se ha tomado la decisión de que Batista tiene que desaparecer".

El nuevo embajador fue entrevistado por la prensa cubana y le preguntaron su opinión sobre el comunismo, a lo cual contestó que era satisfactorio que Cuba hubiera roto relaciones con Moscú y suprimido el Partido Comunista.

"Tengo la seguridad de que el pueblo cubano es demasiado inteligente para prestar ninguna atención a las mentiras y falsas promesas de los comunistas o para dejarse engañar por ellos" (24 de julio, 1957). Según datos fidedignos que tenía la Embajada y el FBI, en Cuba había diez mil comunistas y tal vez 20.000 simpatizantes, en una población de ocho millones de habitantes. Ni siquiera el medio por ciento. No parecían ser un problema.

En ese año, 1957, la economía de Cuba era próspera y la población tenía uno de los más altos niveles de vida, dentro de los países iberoamericanos. Aunque había opositores al régimen, todo parecía marchar bajo control y Batista terminaría su periodo constitucional de gobierno 18 meses más tarde. Dentro de ese panorama figuraba un episodio relativamente desagradable. En diciembre del año anterior (1956) habían desembarcado, cerca de Nicaro, 83 guerrilleros, que se remontaron a la escarpada Sierra Maestra, con alturas hasta de dos mil metros.

El grupo lo encabezaba Fidel Castro Ruz, quien tres años antes había sido el director intelectual de un ataque al cuartel cubano de La Moneada, en el que murieron varios soldados. En aquella ocasión fue capturado y condenado a 15 años de cárcel, pero monseñor Pérez Serantes abogó por él y Batista le concedió el indulto.

Castro se trasladó entonces a México, donde reunió un grupo de guerrilleros, y luego zarpó de Tuxpan bajo la tácita protección del gobierno de Ruiz Cortines, y regresó a Cuba para remontarse a la abrupta Sierra Maestra.

Batista refiere: "El grupo de Fidel pudo ser aniquilado rápidamente. Pero razones humanitarias y escrúpulos democráticos, y el clamor de una parte de la opinión pública lo impidieron... Después del desembarque la Guardia Civil los dispersó y el Ejército podía en seguida haberlos exterminado... pero a las pocas horas distintas clases sociales, dignatarios religiosos y la casi totalidad de la prensa cubana pedían al gobierno que se suspendiera la acción militar. Accedimos y se lanzaron volantes desde el aire anunciándoles el perdón a los expedicionarios que se presentaran a las autoridades" ("Respuesta", Fukjenio Batista, 1960).

Esa tregua fue gestionada particularmente por el cardenal Arteaga, quien creía que todo podía terminar en forma pacífica, según dice el líder cubano Eduardo Suárez Rivas en su libro "Un pueblo crucificado". Por su parte, el ex embajador Smith dice que investigó los antecedentes de Castro Ruz y que había pruebas de que era un terrorista. Lo sabían perfectamente en el Departamento de Estado, desde 1948 en que Castro participó en el sangriento motín de Bogotá. El subsecretario Roy Rubottom tenía amplia información. Además, el FBI, el embajador americano en México (Robert C. Hill) y otras fuentes comunicaron al Departamento de Estado que Castro Ruz era comunista. Estos reportes "llegaron a la cumbre misma", según declaraciones de los embajadores Gardner y Smith. Pero eso no pareció preocuparte al Departamento de Estado, ni al presidente Eisenhower.

En los primeros meses la guerrilla no dio señales de vida. Algunos hasta pensaban que se había disuelto. Luego estalló un bombazo publicitario, a escala internacional, cuando "The New York Times" publicó una entrevista que Hebert Mathews le había hecho a Castro Ruz en plena sierra, presentándolo como un adalid de la democracia, "redentor de los oprimidos". A continuación la Columbia Broadcasting Sistem difundió por todo Estados Unidos una filmación hecha en la Sierra Maestra, en la que Castro Ruz aparecía como devoto de la Virgen del Cobre, lo cual era "pose", ya que luego se confesaría ateísta. Aunque la guerrilla no presentaba combate, su existencia se fue potenciando con una serie de actos terroristas en diversas regiones: la voladura de un puente, el asesinato de un policía, la bomba puesta en una guardería, el ataque a un camión de pasajeros, el asesinato del jefe de Inteligencia

Militar, el asalto al palacio presidencial e!13 de marzo (1957), etcétera, etcétera. También se difundían circulares, anónimos o telefonemas con rumores alarmantes.

Sin embargo, todo eso podía mantenerse bajo control. Pero hubo un hecho que envalentonó a los terroristas y que desmoralizó al ejército y a la policia; Estados Unidos prohibió la venta de armas para el gobierno de Batista y logró que otros países tampoco se las vendieran. Ni siquiera pudo Batista recibir un lote de armas que ya estaba pagado.

El ejército veía con amargura que tenía rifles viejos de 1903, en tanto que los terroristas disponían de metralletas modernas. El ex presidente Prío Socarras (enemigo de Batista) patrocinaba el envío de armas y hombres desde Florida, y este contrabando no era interceptado por las autoridades norteamericanas.

Los actos terroristas iban en aumento. Hubo secuestros de norteamericanos; se chantajeaba a hacendados, industriales y comerciantes para que dieran dinero a la guerrilla. Cuando era capturado algún culpable, se hablaba de "represión". Las agencias internacionales de noticias explotaban hábilmente la sensibilidad pública.

El ex embajador Smíth relata que una vez fue a ver a Batista para pedirle que diera garantías a los residentes norteamericanos, y que Batista le contesto: "Viene usted a verme para que salve las vidas norteamericanas y proteja las propiedades norteamericanas. Es esta una obligación de Cuba, que sabré cumplir. Sin embargo, no puedo comprender por qué su gobierno se niega a vender armas a mi gobierno, que es amigo de ustedes y enemigo del comunismo. ¿Puede usted nombrar a otro gobierno amigo al que no quieran venderle armas?"

Smith fue al Departamento de Estado y le dijo al subsecretario William Wieland que Estados Unidos no podría llegar a tratar con Castro Ruz, pero el Departamento ya tenía un "enlace" con los castristas mediante el doctor Miró Cardona. La gran prensa americana seguía desfigurando lo que ocurría en Cuba y no publicaba el terrorismo de los castristas, que a veces colocaban bombas en una plaza pública, en un teatro o en un cine. Por el contrario, elogiaba a Castro Ruz, en extraña coincidencia con Radio Moscú.

Agrega el embajador Smith que en marzo de 1958 no había ningún apoyo para el gobierno constituido de Cuba, y sí una intensa propaganda en Estados Unidos contra Batista y a favor de Castro, el cual recibía armas desde Estados Unidos, Venezuela y México. "Los castristas -dice- tenían un desprecio absoluto para las vidas y propiedades norteamericanas. A pesar de ello, la prensa liberal y el Cuarto Piso del Departamento de Estado seguían simpatizando con los revolucionarios... A veces los corredores del 4o. piso estaban llenos de castristas, a quienes se les atendía amablemente". Cuando los guerrilleros tomaban algún poblado, Smith recibía instrucciones de Washington para que le exigiera a Batista que no bombardeara esa zona.

Pese a que en Cuba no había pena de muerte y a que frecuentemente los conspiradores presos eran indultados, los grandes medios informativos norteamericanos criticaban la "dictadura batistiana" porque suspendía las garantías individuales. Cuando éstas se restablecieron, "Castro intensificó el terrorismo. Muchachas que introducían bombas en los cines ocultándolas debajo de las faldas... Incendio de sembrados de caña con ratas a las que les prendían trapos amarrados en la cola... Secuestros, en total de 47 norteamericanos y tres canadienses... Las garantías individuales volvieron a suspenderse 45 días" ("El Cuarto Piso". Eari Smith).

Mediante secuestros, los castristas obtuvieron rescates por más de diez millones de dólares, más los fondos que recibían de la URSS y de otros países.
NADA DE COALICIÓN CASTRO AL PODER

En la clase alta de la sociedad cubana se temía a la extorsión de los terroristas y se pensaba que yéndose Batista la paz se restablecería. En la Acción Católica y en la juventud Obrera Católica -dice el ex embajador Smith-, había simpatizadores de Castro. Algunos no creían que fuera comunista y otros estaban desinformados por la propaganda "demócrata-cristiana", predecesora de la "teología de la liberación".

Había una fuerte corriente de opinión para que se formara un gobierno de coalición, pero el Departamento de Estado se opuso. Batista convocó a elecciones e invitó a presenciarlas a la prensa extranjera, a la ONU y a la OEA (Organización de Estados Americanos). Castro Ruz amenazó con fusilar a los candidatos y ametrallar casillas.

De todas maneras, las elecciones se efectuaron el 3 de noviembre de 1958. Fueron pacíficas y votó el 60% de la población, según estimaciones de la embajada americana. Ganó el doctor Andrés Rivera Agüero. Un hermano suyo fue asesinado por los castristas. Rivera pensaba convocar a una asamblea constituyente para abreviar su mandato y restablecer la armonía. El embajador Smith consultó al Departamento de Estado y éste dijo "no".

Días después el general Francisco Tabernilla Dolz, jefe de la aviación, y el general Río Chaviano, propusieron a Estados Unidos que diera su apoyo a una Junta Militar para salvar a Cuba del comunismo, previa salida de Batista y de sus allegados. Pero otra vez el Departamento de Estado dijo "no".

Batista propuso dimitir y salir al extranjero, a cambio de que Estados Unidos diera armas a un gobierno provisional para detener a Castro. Smith lo comunicó así al Departamento de Estado, pero este volvió a decir "no". Es más, le ordenó a Smith que notificara a Batista (el 31 de diciembre de 1958) que Estados Unidos consideraba terminado su gobierno.

El ejército, conocedor del modo de pensar de Washington, se estaba ya disolviendo. El general Tabemilla Dolz dice que realmente el ejército se entregó sin combatir, salvo pocas excepciones. Ya en la fase de desintegración moral un tren militar fue vendido a los castristas en 350.000 dólares, con todo y tropas.

Horas después de que Smith fe comunicó a Batista que en Washington se consideraba terminado su gobierno, Batista salió en avión a Santo Domingo, y después a la isla portuguesa de Madeira, pues el Departamento de Estado le negó la visa y no pudo reunirse con su familia en los Estados Unidos. Al parecer, no se quería que le hiciera sombra a Castro Ruz.

Cuando todavía era posible establecer un gobierno provisional sin Castro y sin Batista, el Departamento de Estado se había negado a dar su apoyo fundándose en que dicho apoyo sería considerado como "intervención", dice el ex embajador Smith. "Pero es el caso que intervenimos todos los días... Es difícil entender esta política desde un punto de vista norteamericano...Concediendo que Batista ya no fuera útil, la alternativa no tenía que haber sido Castro, nuestro enemigo. Y es necesario advertir que Castro no se habría encontrado en la situación de alcanzar el poder y no hubiera podido crear el medio para tomarlo sin la buena voluntad del Cuarto Piso".

Es extraordinario, pero Eisenhower ya no estaba cuidando los intereses de EE. UU. que aludían el presidente Jefferson y Cabot Lodge el siglo pasado, acerca de Cuba, sino los intereses de la expansión comunista.

Después de la salida de Batista, Castro Ruz tardó ocho días en llegar a la Habana. En su camino empezaron los fusilamientos de oficiales y soldados ya rendidos. En Santiago se abrieron zanjas con bulldozer para sepultar a centenares.

El líder cubano estudiantil, Suárez Rivas, refiere que los castristas llegaron a la Habana con rosarios y escapularios colgados al cuello, y careaban: "Revolución humanista", "pan con libertad", "la revolución es tan cubana como las palmas".

Una vez controlada la situación en La Habana, se efectuaron juicios en el Palacio de los Deportes, con miles de castristas que gritaban "al paredón", y el grito era un fallo inapelable.

Luego empezó la confiscación de inversiones norteamericanas por valor de mil millones de dólares, y de inversiones cubanas por más de siete mil millones.

El presidente Dwigt David Eisenhower decía seis y medio meses después de instalado Castro Ruz en el poder "las acusaciones de infiltración comunista en el gobierno de Cuba NO son fáciles de probar" (julio 15 de 1959). Y días después agasajaba en Campo David al dictador soviético Nikita Kruschev, quien durante esa visita les dijo a los americanos: "Vuestros nietos vivirán bajo el comunismo". Así pues, Eisenhower no le veía a Castro Ruz ningún rasgo marxista, pero entretanto Castro Ruz no cesaba de acumular pruebas: descuartizó al ejército y lo sustituyó con milicianos; acabó con el poder judicial; suspendió las garantías individuales; estatizó las tierras agrícolas y convirtió el calificativo de "contrarrevolucionario" en delito de alcances tan ilimitados que era un venero de terror.

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